ÉTICA Y VALORES-ARTÍSTICA
LA CORRUPCIÓN:
La máxima expresión de los antivalores...
Mira el siguiente video. Un buen ejercicio de reflexión...
Publicado por JERC. Enero 03/2019
¿Cómo cambiar la cultura del avivato?
Por Julián de Zubiría*
ARTÍCULO DE OPINIÓN |
FECHA: 6/21/2018
La corrupción en el aula
¿Qué tienen en común la tutela de
los padres al colegio Marymount, el fraude que se intentó en los exámenes de
admisión de la U. del Magdalena y los videos de colombianos violando leyes en
Rusia, en el pasado Mundial de Fútbol? Son expresiones de la subcultura del vivo, relativamente generalizada en
Colombia. ¿Es posible superarla?
Tres hechos aparentemente
aislados han llamado la atención de los colombianos recientemente. Sin embargo,
aunque se hayan presentado en espacios y momentos diferentes, se pueden
relacionar porque expresan rasgos de una subcultura relativamente común: la
cultura del vivo o del atajo.
El primero sucedió a comienzos de
año en la ciudad de Barranquilla, en el reconocido Colegio Marymount. En la
preparación que hacían para la presentación de las pruebas de Estado de sus
estudiantes de grado once, sucedió algo insólito: aunque se trataba de una
simulación, el profesor de la entidad externa contratada vendió las respuestas,
por lo que algunos de los jóvenes obtuvieron resultados extraordinarios. Eso
generó suspicacias entre las directivas y la entidad contratada para acompañar
el proceso. Las directivas del colegio intentaron indagar por los responsables,
pero ninguno de los estudiantes reveló los nombres.
El colegio quiso llamar la
atención de padres y estudiantes y decidió hacer una ceremonia de grado
discreta como medida formativa. Los padres quisieron pasar por alto el fraude
de sus hijos y recurrieron a acciones legales para exigir ceremonia y fiesta.
El colegio decidió entregar los diplomas por “ventanilla”. Hay que felicitar a
las directivas y cuestionar seriamente la actitud ética que subyace en los
padres de familia entutelantes, pues obraron como si una ceremonia y una fiesta
fueran derechos inviolables y protegidos por la Constitución. De paso, hay que
indagar cómo pudo un juzgado avalar sus absurdas pretensiones.
El segundo caso sucedió hace unas
semanas en la Universidad del Magdalena en Santa Marta. Las directivas de la
institución sospecharon de un posible fraude en los exámenes de admisión y
pusieron toda la información disponible en conocimiento de las autoridades.
Efectivamente, un grupo de estudiantes de prestigiosas universidades privadas
con excelente balance en las pruebas de Estado en años anteriores, intentó
suplantar a jóvenes que querían ingresar a la facultad de medicina. Para
lograrlo, sus padres de familia habrían pagado hasta 25 millones de pesos con
el fin de que sus hijos ingresaran fraudulentamente a la reconocida universidad
pública de la costa atlántica.
Nuevamente, es un grupo de padres el que recurre
al fraude, intentando beneficiar a sus hijos. Este caso muestra algo
especialmente grave, y es que el Estado no garantiza el derecho a la educación
en Colombia y, ante esta situación, las familias llegan a delinquir buscando
resultados que sus hijos no alcanzarían con la educación pública que se les
brinda. Para el quintil socioeconómico 1, tan solo el 10% de los jóvenes
alcanzan educación superior. Una realidad cruda y triste que muestra el
contexto en el que se presenta el delito.
El tercer caso es el más reciente
y conocido, ya que inundó las redes una vez culminó el primer partido de
Colombia en el mundial, ante Japón. Dos videos se viralizaron. En el primero,
un colombiano violenta psicológicamente y humilla a dos jóvenes japonesas,
quienes –sin comprender el idioma– terminan diciendo ante las cámaras que son
“perras” y “putas”. En el segundo, un grupo de jóvenes mayores se reivindica
como “muy vivo” por haber ingresado ilegalmente licor al estadio. Ambos videos
fueron divulgados por los propios infractores, quienes consideraron un acto de
“astucia” evadir las leyes, hacer fraude, humillar y burlarse de jóvenes que no
entienden nuestro idioma.
Los tres hechos están más
relacionados de lo que creemos. Se trata de la “subcultura del vivo” y “del
atajo”, que tanto daño ha hecho a la sociedad colombiana. En el fondo, es la
misma que subyace al empresario que paga sobornos para conseguir contratos; la
que lleva a sectores de la clase política a robarse el dinero de todos los
colombianos; la que hace que efectivamente lleguemos a creer que el mundo es de
los “vivos”. Esta subcultura también ha llevado a creer que está bien que los
políticos roben, “siempre y cuando hagan algunas obras”. Aunque parezca muy
distante, también se expresa cuando algunas personas declaran al ver un muerto
en la calle, que “quien sabe en qué andaba” o que eran “buenos muertos",
ya que murieron en su ley. Una cultura que –como en las mafias– llama “capo” a
un extraordinario ciclista, por estar entre los mejores del mundo. Es una
subcultura que ha impactado profundamente la estructura ética de una parte
importante de la sociedad. Estamos ante una subcultura hábilmente impulsada por
un sector de la clase política que se nutre de la bajísima calidad de la
educación que reciben los jóvenes. Sus responsables más claros y directos, hoy
por hoy, son algunos miembros de la clase política que siembran odio y
desesperanza, como si fueran nuevas minas “quiebrapatas” de la estructura ética
de la sociedad. Sus prácticas maquiavélicas han terminado por destruir el
tejido social.
No son casos aislados. Por eso
observamos a diario personas que se cuelan en las filas, sobornan la policía
para evadir multas, depositan sus dineros en pirámides para multiplicarlos en
pocos días o aquellos que evaden impuestos y, al hacerlo, se roban parte
de la salud y la educación de los niños colombianos. Todos ellos se sienten más
“vivos” que los demás. Evidentemente, la mayoría de los colombianos no comparte
estas prácticas, pero el fenómeno está más generalizado de lo que queremos
reconocer. Es lo que eufemísticamente se autodenomina “malicia indígena”.
También se refleja tristemente en el llamado mandamiento undécimo: “No dar
papaya” y en el mandamiento décimo segundo: “A papaya puesta, papaya partida”.
Esta cultura en la que "todo
vale", no podrá ser superada en el corto o en el mediano plazo, ya que ha
sido incorporada en las estructuras más profundas de la sociedad tras décadas
de convivencia con el narcotráfico y la guerra. Diversos sectores de la
población vieron cómo los narcotraficantes adquirieron tierras, equipos de
fútbol, empresas y representación en el Congreso. Fueron los cómplices
silenciosos de sus prácticas y de sus perversos efectos en la estructura ética
de la sociedad.
En los casos analizados, es
ejemplar el comportamiento de las instituciones educativas. Fueron la rectora
del Marymount y el rector de la Universidad del Magdalena quienes denunciaron
el hecho, quienes enfrentaron a los padres de familia y quienes quisieron
convertirlo en un proceso formativo para los jóvenes y sus familias:
¡Felicitaciones a ellos por lo que representan!
La lucha contra el “avivato”
tiene que ser un propósito nacional. Debe involucrar a la clase política, los
medios de comunicación, las iglesias, los empresarios y las familias, entre
otros. Pero la debemos liderar quienes sabemos modificar las actitudes y los
comportamientos humanos: principalmente los artistas y los educadores.
Sin embargo, se equivocan quienes
ante los problemas anteriores, suponen que la solución está en volver a las
clases de cívica y de urbanidad. No entienden que el problema es de la
sociedad y no de los jóvenes o las escuelas. Son políticos y no educadores
quienes plantean estas equivocadas soluciones o educadores que piensan como
políticos tradicionales. No entienden que el problema es mucho más estructural
de lo que suponen y que no están en juego las normas de urbanidad, sino la
estructura ética de la sociedad. Tremenda confusión creer que son lo mismo normas
y valores. No entienden que la clase política cuando corrompe invita a la
corrupción y que cuando divulga sus mensajes electorales es común que promueva
el odio y la ira. No entienden que vivimos en el segundo país más desigual de
América Latina y que la desigualdad engendra exclusión de los más pobres y
desposeídos, racismo y pérdida de derechos.
¡No necesitamos clases de urbanidad! Lo que
necesitamos es un compromiso de la clase política contra la corrupción.
Lo que necesitamos es un
compromiso de los medios masivos para que nunca más llamen “falso positivo” a
un asesinato, para que nunca más dediquen quince minutos y tres páginas a la
“cultura de la silicona” y tan solo un minuto al año y media página para hablar
de ciencia, educación y cultura. Lo que necesitamos es un compromiso de los
medios masivos de comunicación para que no hagan creer al pueblo colombiano que
cultura son los “chismes” de farándula y para que les entreguen los micrófonos
y los espacios a los artistas, a los intelectuales, a los jóvenes y a los
educadores. Somos nosotros quienes debemos hablar de cultura y ciencia, y no
las reinas de belleza convertidas en periodistas.
La tarea por excelencia de la
educación es la modificabilidad del ser humano. Precisamente por eso, la lucha
por el cambio cultural la tenemos que liderar los educadores. Los políticos
tendrán que aprehender de nosotros y no al revés. Ellos son una de las causas
esenciales del problema ético y cultural. Por eso mismo, no serán quienes
lideren su solución.
La tarea central de la educación
es formar mejores ciudadanos. Es fácil de lograr si mejoramos los presupuestos
y si fortalecemos la autonomía y el trabajo con las familias. La explicación es
sencilla: el problema educativo es fácil de resolver, pero faltan recursos y
voluntad política para lograrlo. Eso es lo que depende de ustedes. La solución
la tenemos nosotros en nuestras manos.
*Director del Instituto
Alberto Merani y consultor en educación de las Naciones Unidas.
Twitter: @juliandezubiria
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